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En armonía con Dios y los hombres

Costa Dier


“Otra vez os digo, que, si dos de vosotros se convinieren en la tierra, de toda cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos”. Mateo 18, verso 19.

El Señor Jesús nos asegura una y otra vez en la Escritura que Él escucha y responde nuestras oraciones. Esta certeza es esencial para que el cristiano tenga paz y gozo en su vida. Pero esta seguridad, que es concedida y garantizada por el Maestro, requiere primero de armonía, de unidad, de un vínculo entre hermanos y que éstos sean entretejidos como un todo, moldeados en sus motivos, actitudes y acciones. Al Señor le interesa, por sobre toda otra cosa, que entremos al lugar mismo del amalgamiento divino. Éste es el paso más importante de todos los que siguen. 
No estar en armonía con Dios tiene como resultado no estar en armonía con los hombres. Cuando tenemos una correcta relación con el Padre, una que se mantiene a través de comunión continua, de humildad y de una obediencia absoluta, es inevitable que nos demos cuenta de que, como hermanos en la familia de la fe, nuestros corazones están entrelazados. Y al convivir unos con otros podemos comprobar que el Espíritu ha estado hablando lo mismo a todos; es decir, lo que está en el corazón del Padre. 
   


Estar perfectamente unidos. 


Pablo exhortó a los Corintios diciendo: “os ruego pues, hermanos, por el Nombre de nuestro Señor JesuCristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros disensiones, antes seáis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer”. 1ª  de Corintios 1, verso 10. Para que todos hablen una misma cosa y estén de acuerdo en pensamiento y actitud, se necesita una acción por parte de cada individuo, que esté interesado seriamente en agradar el corazón del Padre. Antes de que podamos fluir conjuntamente como hermanos, cada persona debe tener un deseo ardiente por estar alineada con la voluntad y el propósito de Dios, así como Cristo nuestro modelo.

 

 

La unidad precede la comunión.


La caída distorsionó las facultades del hombre provocando su mal funcionamiento; además dio paso a la separación entre Dios y el hombre. De esta manera, los sentidos de correspondencia sufrieron daño que ocasionó la desunión con el Señor. Ahora el hombre está fuera de contacto, de tiempo, de ritmo y armonía con Dios. 
Volver a tener una dulce comunión y unidad con el Padre es el llamado del Espíritu en estos tiempos. 
Cuando observamos la divina unidad que existía entre el Padre y el Hijo, podemos encontrar que el Señor Jesús estaba totalmente entregado, sometido, em armonía y en sintonía con la voz del Dios. Él podía decir: “yo y el Padre una cosa somos” Juan 10, verso 30.

El secreto de la unión divina.


El Señor Jesús declaró en Juan 8, verso 28 que el Padre le enseñó lo que sabía. En Juan 15, verso 15 dice que Él escuchaba la voz del Padre…en Juan 8, verso 38 que Él veía al Padre…en Juan, verso 17 que Él obra con el Padre…en Juan 2, verso 4 que Él está alineado con el Padre…en Juan 5, verso 30 que Él busca la voluntad del Padre. Cristo mantenía una perfecta sumisión y deleite en Dios; eso es todo. 

Armonía vertical. 


La armonía vertical tiene como resultado una armonía horizontal. El evangelio no es una doctrina de lengua, sino una vida en total armonía y concordancia con el Padre y con nuestros hermanos. La razón, por la que muchos seguidores se han debilitado en el camino, es porque les falta tener una unidad amorosa con su Señor, y mantener una dulce comunión diaria, a fin de que el hombre interior sea nutrido y fortalecido. 

La unidad precede la productividad.


El milagro de alcanzar la verdadera unidad en el Espíritu en propósito y en corazón sobrepasa en valor muchas cosas en la vida. Trae nuestro enfoque a ver las cosas como Dios las ve; hace que nuestra voluntad esté alineada con la suya, y permite que nuestras mentes se sometan a la de Él. En ese ámbito de unidad, no habita ningún pensamiento egoísta ni ningún acto malo puede penetrar, porque la atmosfera está divinamente electrificada por su presencia e impregnada por su gloria. 

La fórmula de Pablo.


Es evidente que antes de poder estar de acuerdo en oración, debemos unir nuestros objetivos. Por lo tanto, nos corresponde considerar la fórmula de unidad divina que el Espíritu le reveló a Pablo en Efesios 4, verso 1 al 3. “Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que sois llamados; con toda humildad y mansedumbre, con paciencia soportando los unos a los otros en amor; solícitos a guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz”.

a)    TODA…SIN RESERVAS.
Voluntad para someter nuestros bienes.
b)    HUMILDAD…SIN AUTO JUSTIFICACIÓN.
Voluntad para someter nuestras opiniones 
c)    MANSEDUMBRE…SIN ORGULLO.
Voluntad para someter nuestro honor. 
d)    PACIENCIA…SIN REPROCHE.
Voluntad para someter nuestro carácter.
e)    SOPORTANDO…SIN AUTO CONSIDERACIÓN. 
Voluntad para someter nuestros derechos. 
f)    SOLÍCITOS…SIN AUTO COMPASIÓN. 
Voluntad para someter nuestro yo.

Cada una de estas cualidades divinas elimina el yo y todas sus nocivas manifestaciones. A medida que cada una de estas características se tornan una realidad en nuestra vida diaria, la unidad puede preservarse. 
Estas condiciones son un prerrequisito si queremos llegar a tener una perfecta armonía en nuestras relaciones antes de que nos presentemos ante el Trono. Es un hecho innegable que, a menos que consideremos realmente alcanzar esta meta, no podremos cumplir Su voluntad en oración.
 
En su afirmación, Pablo nos dio los preceptos divinos para mantener una verdadera unidad en el Cuerpo de Cristo. Éstos son las cuerdas que producen la sinfonía arpa celestial. Son los principios que pueden asegurar la armonía perfecta; las cualidades que entretejen a los santos con cuerdas eternas de amor. Cuando empezamos a colaborar en esta tarea divinamente designada, Su mente encontrará plena expresión a través de nosotros, y de esta manera, podremos comprobar que es fácil estar de acuerdo en la oración. 

Unidad de minoría y mayoría


Esta promesa particular no requiere que toda una nación esté en acuerdo o en unidad, ni siquiera una ciudad o una iglesia local . Dos personas que estén de acuerdo en oración son escuchadas. El Maestro dijo que si dos se convinieren en su Nombre, esto sería hecho. ¿Esto mueve nuestros corazones y despierta en nosotros el deseo de responder a Su llamado? El creyente individualista, el que se aisla y el se se segrega, ¿se levantarán y dejarán a un lado su frustración para una búsqueda fresca del Señor en este tiempo de crisis? 
¿Buscarás a un compañero de oración? ¿Uno que ha sido tratado por el Espíritu de Dios y se ha enfrentado cara a cara con el desafío de la unidad?
El sismógrafo en los días de los apóstoles testificaría acerca de esto. Ya sea que la unidad prevalezca en la minoría o en la mayoría el resultado siempre es glorioso y maravilloso. En Hechos 16, verso 25 al 26 cuando Pablo y Silas oraron, un terremoto sacudió los cimientos de la prisión y a su carcelero. En Hechos 4, verso 31, cuando los discípulos oraron, el lugar tembló. La unidad en la oración es la fuerza más poderosa. 

Resumen escritural. 


Las Escrituras comprueban la profunda realidad de que la unidad entre un número pequeño de hermanos mueve a Dios para actuar. “¿Cómo podría perseguir uno a mil y dos harían huir a diez mil”. Deuteronomio 32, verso 30. “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos”. Mateo 18, verso 20.

Esta verdad vuelve a ser enfatizada en Eclesiastés 4, verso 9 al 12. “Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero: mas ¡ay del solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante. También si dos durmieren juntos, se calentarán; mas ¿cómo se calentará uno solo? Y si alguno prevaleciere contra el uno, dos estarán contra él; y cordón de tres dobleces no presto se rompe”. “¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de concierto?”. Amos 3, verso 3. 
Que el Espíritu, quien intercede de acuerdo con la voluntad de Dios, haga esta verdad una realidad en nuestras vidas hoy.
 

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